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miércoles, 21 de marzo de 2012

LA SANTA MISA COMO MEDIO DE SANTIFICACIÓN


Nociones previas 

Recordemos en primer lugar algunas nociones dogmáticas.
1ª. La santa misa es sustancialmente el mismo sacrificio de la cruz, con todo su valor infinito: la misma Víctima, la misma oblación, el mismo Sacerdote principal. No hay entre ellos más que una diferencia accidental: el modo de realizarse (cruento en la cruz, incruento en el altar). Así lo declaró la Iglesia en el concilio Tridentino. (1)
2ª La santa misa, como verdadero sacrificio que es, rea­liza propísimamente las cuatro finalidades del mismo: ado­ración, reparación, petición y acción de gracias (D 948 y 950).
3ª El valor de la misa es en sí mismo rigurosamente in­finito. Pero sus efectos, en cuanto dependen de nosotros, no se nos aplican sino en la medida de nuestras disposiciones in­teriores.

Fines y efectos de la santa misa  

La santa misa, como reproducción que es del sacrificio redentor, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos que el sacrificio de la cruz. Son los mismos que los del sacrificio en general como acto supremo de religión, pero en grado incomparablemente superior. Helos aquí:

1º ADORACIÓN. -El sacrificio de la misa rinde a Dios una adoración absolutamente digna de El, rigurosamente infinita. Este efecto lo produce siempre, infaliblemente, ex opere ope rato, aunque celebre la misa un sacerdote indigno y en pecado mortal. La razón es porque este valor latréutico o de adoración depende de la dignidad infinita del Sacerdote principal que lo ofrece y del valor de la Víctima ofrecida.
Recuérdese el ansia atormentadora de glorificar a Dios que experimentaban los santos. Con una sola misa podían apagar para siempre su sed. Con ella le damos a Dios todo el honor que se le debe en reconocimiento de su soberana grandeza y su­premo dominio; y esto del modo más perfecto posible, en grado rigurosamente infinito. Por razón del Sacerdote principal y de la Víctima ofrecida, una sola misa glorifica más a Dios que le glorificarán en el cielo por toda la eternidad todos los ángeles y santos y bienaventurados juntos, incluyendo a la misma Santísima Virgen María, Madre de Dios. La razón es muy sencilla: la gloria que proporcionarán a Dios durante toda la eternidad todas las criaturas juntas será todo lo grande que se quiera, pero no infinita, porque no puede serlo. Ahora bien: la gloria que Dios recibe a través del sacrificio de la misa es absoluta y ri­gurosamente infinita.
En retorno de esta incomparable glorificación, Dios se in­clina amorosamente a sus criaturas. De ahí procede el inmenso valor de santificación que encierra para nosotros el santo sacrificio del altar.
Consecuencia. -¡Qué tesoro el de la santa misa! ¡Y pensar que muchos cristianos-la mayor parte de las personas devotas no han caído todavía en la cuenta de ello, y prefieren sus prácticas rutinarias de devoción a su incorporación a este sublime sacrificio, que constituye el acto principal de la reli­gión y del culto católico! 

2º REPARACIÓN. -Después de la adoración, ningún otro deber más apremiante para con el Creador que el de reparar las ofensas que de nosotros ha recibido. Y también en este sentido el valor de la santa misa es absolutamente incomparable, ya que con ella ofrecemos al Padre la reparación infinita de Cristo con toda su eficacia redentora.
«En el día, está la tierra inundada por el pecado; la impiedad e inmoralidad no perdonan cosa alguna. ¿Por qué no nos castiga Dios? Porque cada día, cada hora, el Hijo de Dios, inmolado en el altar, aplaca la ira de su Padre y desarma su brazo pronto a castigar.
Innumerables son las chispas que brotan de las chimeneas de los buques; sin embargo, no causan incendios, porque caen al mar y son apagadas por el agua. Sin cuento son también los crímenes que a diario suben de la tierra y claman venganza ante el trono de Dios; esto no obstante, merced a la virtud reconciliadora de la misa, se anegan en el mar de la misericordia divina...» (2)
Claro que este efecto no se nos aplica en toda su plenitud infinita (bastaría una sola misa para reparar, con gran sobre­abundancia, todos los pecados del mundo y liberar de sus penas a todas las almas del purgatorio), sino en grado limitado y finito según nuestras disposiciones. Pero con todo:
a) Nos alcanza de suyo ex opere operato, si no le ponemos obstáculos-la gracia actual, necesaria para el arrepenti­miento de nuestros pecados (3). Lo enseña expresamente el concilio de Trento: «Huius quippe oblatione placatus Dominus, gratiam et donum paenitentiae concedens, crimina et peccata etiam ingentia dimittit» (D 940).
Consecuencia. -Nada puede hacerse más eficaz para obtener de Dios la conversión de un pecador como ofrecer por esa intención el santo sacrificio de la misa, rogando al mismo tiempo al Señor quite del corazón del pecador los obstáculos para la obtención infalible de esa gracia.
b) Remite siempre, infaliblemente si no se le pone obs­táculo, parte al menos de la pena temporal que había que pagar por los pecados en este mundo o en el otro. De ahí que la santa misa aproveche también (D 940 Y 950). El grado y medida de esta remisión depende de nuestras disposiciones. (4)
Consecuencias.-Ningún sufragio aprovecha tan eficazmente a las almas del purgatorio como la aplicación del santo sacrificio de la misa. Y ninguna otra penitencia sacramental pueden imponer los confesores a sus penitentes cuyo valor satisfactorio pueda compararse de suyo al de una sola misa ofre­cida a Dios. ¡Qué dulce purgatorio puede ser para el alma la santa misa! 

3º PETICIÓN. -«Nuestra indigencia es inmensa; necesitamos continuamente luz, fortaleza, consuelo. Todo esto lo encontramos en la misa. Allí está, en efecto, Aquel que dijo: «Yo soy la luz del mundo, yo soy el camino, yo soy la verdad, yo soy la vida. Venid a mí los que sufrís, y yo os aliviaré. Si alguno viene a mí, no lo rechazaré» (5).
Y Cristo se ofrece en la santa misa al Padre para obtener­nos, por el mérito infinito de su oblación, todas las gracias de vida divina que necesitamos. Allí está «siempre vivo intercediendo por nosotros» (Hebr 7, 25), apoyando con sus méritos infinitos nuestras súplicas y peticiones. Por eso, la fuerza impetratoria de la santa misa es incomparable. De suyo ex opere operato, infalible e inmediatamente mueve a Dios a conceder a los hombres todas cuantas gracias necesiten, sin ninguna excepción; si bien la colación efectiva de esas gracias se mide por el grado de nuestras disposiciones, y hasta puede frustrarse totalmente por el obstáculo voluntario que le pongan las cria­turas.
«La razón es que la influencia de una causa universal no tiene más límites que la capacidad del sujeto que la recibe. Así, el sol alumbra y da calor lo mismo a una persona que a mil que estén en una plaza. Ahora bien: el sacrificio de la misa, por ser sustancialmente el mismo que el de la cruz, es, en cuanto a reparación y súplica, causa universal de las gracias de ilumina­ción, atracción y fortaleza. Su influencia sobre nosotros no está, pues, limitada sino por las disposiciones y el fervor de quienes las reciben. Así, una sola misa puede aprovechar tanto a un gran número de personas como a una sola; de la misma manera que el sacrificio de la cruz aprovechó al buen ladrón lo mismo que si por él solo se hubiese realizado. Si el sol ilumina lo mismo a una que a mil personas, la influencia de esta fuente de calor y fervor espiritual como es la misa, no es menos eficaz en el orden de la gracia. Cuanto es mayor la fe, confianza, religión y amor con que se asiste a ella, mayores son los frutos que en las almas produce».
Al incorporarla a la santa misa, nuestra oración no sola­mente entra en el río caudaloso de las oraciones litúrgicas -que ya le daría una dignidad y eficacia especial ex opere operantis Ecclesiae-, sino que se confunde con la oración infinita de Cristo. El Padre le escucha siempre: «yo sé que siem­pre me escuchas» (Io 11, 42), y en atención a El nos concederá a nosotros todo cuanto necesitemos.
Consecuencia. -No hay novena ni triduo que se pueda comparar a la eficacia impetratoria de una sola misa. ¡Cuánta desorientación entre los fieles en torno al valor objetivo de las cosas! Lo que no obtengamos con la santa misa, jamás lo obtendremos con ningún otro procedimiento. Está muy bien el empleo de esos otros procedimientos bendecidos y aprobados por la Iglesia; es indudable que Dios concede muchas gracias a través de ellos; pero coloquemos cada cosa en su lugar. La misa por encima de todo.

4° ACCIÓN DE GRACIAS. -Los inmensos beneficios de or­den natural y sobrenatural que hemos recibido de Dios nos han hecho contraer para con El una deuda infinita de gratitud. La eternidad entera resultaría impotente para saldar esa deuda si no contáramos con otros medios qué los que por nuestra cuenta pudiéramos ofrecerle. Pero está a nuestra disposición un procedimiento para liquidarla totalmente con infinito saldo a nuestro favor: el santo sacrificio de la misa. Por, ella ofrecemos al Padre un sacrificio eucarístico, o de acción de gracias, que supera nuestra deuda, rebasándola infinitamente; porque es el mismo Cristo quien se inmola por nosotros y en nuestro lugar da gracias a Dios por sus inmensos beneficios. Y, a la vez, es una fuente de nuevas gracias, porque al bienhechor le gusta ser correspondido.
Este efecto eucarístico, o de acción de gracias, lo produce la santa misa por sí misma: siempre, infaliblemente, ex opere operato, independientemente de nuestras disposiciones.
***
Tales son, a grandes rasgos, las riquezas infinitas encerradas en la santa misa. Por eso, los santos, iluminados por Dios, la tenían en grandísimo aprecio. Era el centro de su vida, la fuente de su espiritualidad, el sol resplandeciente alrededor del cual giraban todas sus actividades. El santo Cura de Ars hablaba con tal fervor y convicción de la excelencia de la santa misa, que llegó a conseguir que casi todos sus feligreses la oyeran diariamente.
Pero para obtener de, su celebración o participación el má­ximo rendimiento santificador es preciso insistir en las dispo­siciones necesarias por parte del sacerdote que la celebra o del simple fiel que la sigue en compañía de toda la asamblea.

Disposiciones para el santo sacrificio de la misa

Alguien ha dicho que para celebrar o participar dignamente en una sola misa harían falta tres eternidades: una para prepararse, otra para celebrarla o participar en ella y otra para dar gracias. Sin llegar a tanto como esto, es cierto que toda preparación será poca por diligente y fervorosa que sea.
Las principales disposiciones son de dos clases: externas e internas.
a) Externas.-Para el sacerdote consistirán en el perfecto cumplimiento de las rúbricas y ceremonias que la Iglesia le señala. Para el simple fiel, en el respeto, modestia y atención con que debe participar activamente en ella.
b) Internas.-La mejor de todas es identificarse con Je­sucristo, que se inmola en el altar. Ofrecerle al Padre y ofre­cerse a sí mismo en El, con El y por El. Esta es la hora de pe­dirle que nos convierta en pan, para ser comidos por nuestros hermanos con nuestra entrega total por la caridad. Unión íntima con María al pie de la cruz; con San Juan, el discípulo amado; con el sacerdote celebrante, nuevo Cristo en la tierra («Cristo otra vez», gusta decir un alma iluminada por Dios). Unión a todas las misas que se celebran en el mundo entero. No pidamos nunca nada a Dios sin añadir como precio infinito de la gracia que anhelamos: «Señor, por la sangre adorable de Jesús, que en este momento está elevando en su cáliz un sacer­dote católico en algún rincón del mundo». (7)
La santa misa celebrada o participada con estas disposiciones es un instrumento de santificación de primerísima categoría, sin duda alguna el más importante de todos.

Antonio Royo Marín O.P. Teología de la Perfección Cristiana

NOTAS:

(1) Una enim eademque est hostia, idem nunc offerens sacerdotum ministerio, qui se in cruce obtuft, sola offerendi ratione diversa (D 940)
(2) ARAMi, Vive tu vida c.21.
(3) Nótese bien que nos referimos a la gracia actual, no a la habitual, que es fruto del arrepentimiento perfecto y de la absolución sacramental.
(4) Al menos en lo relativo a las penas debidas por los pecados propios. Porque, en lo relativo al grado de descuento a las almas del purgatorio, es lo más probable que ex opere operato dependa Cínicamente de la voluntad de Dios, aunque ex opere operantis ayude tam­bién mucho la devoción. del que dice la misa o del que la encargó (cf. 111,79,5; Suppl. 71,9 ad 3 et 5).
(5) Dom COLUMBA MARMION, Jesucristo, vida del alma c.7 n.4.
(6) GARRIGOU-LAGRANGE, Tres edades 11,14.
(7) Siendo más de cuatrocientos mil los sacerdotes católicos existentes actualmente en el mundo, y celebrando una sola misa diaria cada uno de ellos, resulta un total de cinco eleva­ ciones por segundo aproximadamente. Claro que la distribución del clero católico no es uni­ forme en todo el mundo, y regiones habrá donde las misas sean muchas más y en otras mu­chas menos en igualdad de tiempo

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